Homenaje a Ligia Herrera Caicedo
Mujer FUSA, gracias por tu historia porque tu historia es territorio de vida
Las páginas de la vida de Ligia Herrera Caicedo se posan en una fotografía de 1962. El lector de emociones y recuerdos puede afirmar al instante que sus días escolares en Fusagasugá fueron los más especiales de su existencia. Incluso puede ir más allá y concluye que desde esa época de inocencia y sueños, dos verbos han sido sus fieles e inseparables compañeros de aventuras: aprender y bailar.
Basta con ver a esa niña sonriente, acariciando con sumo cuidado la página del libro, sumergida en el aquí y el ahora capturado hábilmente por el fotógrafo, para entender que la maestra de Ciencias Sociales siempre ha sido una aprendiz que ama bailar en el escenario impredecible de la existencia.
Y es justamente en esa posibilidad mágica de transformar la historia a través de la historia propia donde Herrera deja de ser una mujer ordinaria para transformarse en una visionaria sin temores a perseguir con afán esos objetivos que corren con la velocidad de una liebre en una sociedad tradicional del siglo XX, donde las mujeres deben ingeniárselas para escabullirse de su predecible destino.
Es así como años después, tras culminar sus estudios de básica secundaria, emprende la odisea de ir a la universidad para deconstruir ese pensamiento socialmente establecido y resignificar su vida a través de las infinitas posibilidades que ofrece la educación superior.
El lector se adentra en los confines de la imaginación y le parece verla sentada en el pupitre de los salones de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, devorando con la mirada los saberes académicos para estructurar su pensamiento, pero sin dejar de lado que el conocimiento primario es el que hereda de las mujeres de su familia porque ningún autor o libro pueden reemplazar las enseñanzas de su abuela, su madre y sus tías.
Las páginas de la vida de Herrera Caicedo cambian de curso y el lector observa una foto memorable de 1971: la de su graduación como Licenciada en Ciencias Sociales. Mirando a su progenitora, rodeada del círculo familiar, celebrando un triunfo que no es suyo sino el de las mujeres en una época donde estudiar era un privilegio de hombres, la jovencita está lista para comerse el mundo y abrir puertas con su inteligencia y carisma.
Es inevitable admirar el diploma y verlo más allá de un simple papel ataviado de firmas y sellos institucionales. En él habitan las enseñanzas de la Ligia que abandona su amada Fusagasugá para bailar al compás de la citadina Bogotá y dejarse envolver por esa atmósfera realista pero pedagógica que se respira en las calles, las aulas de clase, las personas y las experiencias cotidianas.
Lo aprendido y lo vivido en esos años conforman la arquitectura mental y emocional de una mujer que ha trabajado incansablemente por la cultura. Una mujer que amaba profundamente el arte mientras danzaba en el escenario durante sus años de juventud briosa, dejando huellas imborrables en la vida cultural de la región.
Las páginas de su vida empiezan a mostrar imágenes de presentaciones inolvidables donde Herrera Caicedo brillaba con luz propia, mientras su cuerpo era lo más parecido a un torbellino de cadencia como muestra de respeto absoluto por los bailes típicos de Cundinamarca y Sumapaz.
Y con esa misma intensidad, Ligia ha bailado y sigue bailando en las aulas de clase. Puede que los pies del cuerpo ejecuten movimientos poco agraciados mientras se desplaza por el salón para que sus alumnos le enseñen conocimientos que no se hallan en ningún texto, pero los pies del alma parecen levitar en esas escenas llenas de inocencia, curiosidad y desparpajo.
Pasar por alto el aporte de nuestra Ligia a una Fusagasugá donde las mujeres sean capaces de aprender y bailar al compás de sus propios sueños, sería una injusticia imperdonable. Podríamos quedarnos horas enteras enumerando sus triunfos y satisfacciones, enumerando una a una sus victorias personales y profesionales para darle gusto al ego y la vanidad, pero no es necesario.
Lo realmente valioso es que ella sigue siendo esa niña sonriente de 1962 y esa jovencita orgullosa de 1971 que obtuvo su título universitario. Una mujer cuya fortuna y bendición es disfrutar a sus seres amados y contribuir con su labor al desarrollo social de su terruño.
En la última página que su vida permite descubrir, se asoma una foto familiar. Huele a matriarcado, a felicidad entremezclada con nostalgia. Es preciso que el lector de emociones y recuerdos concluya este humilde homenaje con una frase:
¡Mujer FUSA, gracias por tu historia porque tu historia es territorio de vida!
Salvatore Laudicina R.