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Toni Navia: elogio a la bifurcación de una pequeña gigante

Por: Salvatore Laudicina

En el universo mágico y creativo de la producción audiovisual, Toni Navia renuncia a su yo adulto y vuelve a ser la pequeña María Antonieta para convertir la cámara en un timón de dirección.

Es así como le demuestra al destino que la niña cumplió el sueño de convertirse en piloto, al igual que su padre, aunque su avión está hecho con escenas, planos, personajes y narrativas.

A decir verdad, Navia nunca ha dejado de ser una niña. De no serlo, habría sido imposible que hubiese hecho historia en la televisión infantil colombiana.

Pequeños Gigantes (1982-1987) y Oki Doki (1992-1997) no le pertenecen del todo a Toni. La imaginación y la alegría de pequeña María Antonieta también fueron importantes en su creación.

Quien escribe, tiene derecho a imaginar ese momento en el que la adulta le cede su cuerpo a la chiquilla para que le dé rienda suelta a una creatividad que se columpia en la mirada y logra que el corazón galope desbocado de la emoción.

Muy seguramente, fue María Antonieta la de la idea de que el set de Pequeños Gigantes se pareciera al Club de Mickey Mouse.

“Hicimos una plazoleta y así empezamos. (Literalmente) todo el mundo se enamoró del programa”, rememora Toni en una vieja entrevista extraída de Internet.

Como olvidar el ritual de los niños colombianos cada tarde, al regresar a casa después de un día de clases: encender el televisor, el almuerzo servido en la mesa, deleitándose con las canciones, las coreografías y las historias que acontecían en cada capítulo del programa.

Uno podría suponer que la pequeña María Antonieta, desde su visión pueril, era quien mandaba en todo lo relacionado al concepto artístico y musical.

Pero también valdría la pena imaginar que entre la niña y la adulta, hubo una negociación previa. Si bien la hilaridad y alegría de María Antonieta estaban presentes en todo momento, la exigencia y la disciplina de Toni gobernaban en el set de grabación.

De eso pueden dar fe Carlos Vives, Carolina Sabino, Juan Sebastián Aragón, Mile y Yaneth Waldman, talentos que florecieron en todo su esplendor en esta escuela donde la actuación, el baile y el canto conformaban una trilogía seductora para el público infantil de ese tiempo.

Una década después, la pequeña piloto debía sentarse en su asiento para manipular con pericia su timón de dirección. El avión debía proseguir con su itinerario.

Otra vez, la niña y la adulta se reencontraron para crear magia y darle vida a Oki Doki, otro de los memorables e indiscutibles éxitos de Navia.

Como la misma Toni le diría al periódico nacional El Tiempo, años después, “se trabajaba con una mística que hoy ya no existe. Me considero una afortunada al haber vivido esa época, porque esta me parece tenebrosa”.

En este punto, quien escribe tiene derecho a imaginar otra vez. Imaginar la escena del primer encuentro de María Antonieta y Toni, una Navia bifurcada pero consciente de los privilegios y límites de cada una de ellas, con Canela (Carolina Cuervo), Coco (Gonzalo Escobar), Mechas (Chichila Navia), Patilla (Carolina Pinzón), Piojo (Freddy Flórez), Tomillo (Jorge Pérez) y Vainilla (Verónica Orozco).

Mientras la pequeña olfatea con su intuición las ganas de aquellos mozuelos, la adulta se muestra exigente y crítica en una fría tarde bogotana donde la neblina se cuela en los labios.

“Esos chinos no sabían bailar, medio cantaban. Les puse profesor de todo”, evocó Toni en una entrevista hecha por Sala Contacto, unidad de producción de contenidos de la Facultad de Mercadeo, Comunicación y Artes del Politécnico Grancolombiano, en 2014.

Sea cual haya sido el acuerdo entre la niña y la mujer, la elección del elenco y la fusión de actuación y música es nuevamente exitosa.

Si alguna persona que haya sido niño o adolescente en aquella época pone en tela de juicio tal triunfo, puede esculcar en las memorias de sus primos, sus compañeros de colegio o sus amigos de barrio.

De seguro, hallará las memorias de los desayunos sabatinos y dominicales frente al televisor. Acto seguido, sentirá en su nariz los aromas del cereal humedecido en leche, los huevos revueltos y el milo, entremezclándose con la tela de la pijama a medida que las miradas se tamizan en la pantalla.

Emociones y momentos que produjo la bifurcación de Navia detrás de una cámara que se convirtió en el timón de dirección de la niña que soñaba con ser piloto y el pilar de una mujer disciplinada cuya pasión es construir estéticas, historias y personajes que dejen una huella imborrable en la audiencia.

Para nuestra fortuna, esa bifurcación se ha mantenido viva en el pilotaje de ese avión de sueños y desafíos en el que se condensa su travesía profesional.

Después de Oki Doki, la pequeña María Antonieta y Toni  llegaron a la vida de Las Juanas (1997) y de Francisco El Matemático (1999-2004) para añadirle vivacidad y magia a sus arquitecturas narrativas.

En 1997, el periodista Víctor Manuel García le preguntó a raíz de su debut como directora de telenovelas en Las Juanas:

Cuando se le ve dirigir, usted parece enamorada de la dirección. Por qué ese apasionamiento?

En su respuesta, la pequeña María Antonieta juega plácidamente con cada palabra que sale de sus labios:

Porque es un espacio muy creativo, donde cada día puedo crear a nivel de cámara, a nivel de actuación, de situación. Mi oficio está lleno de magia y esa magia yo la aprovecho para proyectarla directamente a la audiencia.

Años después, la magia, producto de la complicidad entre la niña y la mujer, juntas detrás de la cámara, cosechó los frutos de Isabel me la veló (2002), Milagros de amor (2003), Floricienta (2007), La dama de Troya (2008), Doña Bella (2009) y Chica vampiro (2012-2013).

Pero la bifurcación de Navia (quien escribe, casi de manera instintiva, afirma que la pequeña María Antonieta ha estado junto a Toni en la senda del séptimo arte), también ha dejado huella en el cine colombiano.

Prueba de ello es la producción de los largometrajes Amazonas para dos aventureros (Colombia, Alemania-Italia), Respetables delincuentes (Colombia-Alemania-Italia), Tiempo para amar (Colombia), Esposos en vacaciones (Colombia) y Colombia Connection (Colombia).

Es así como niña y mujer, mitades de un todo donde convergen la creatividad, la exigencia y la perseverancia, han dejado las huellas de un camino para otras mujeres en la escena audiovisual de este país.

Gracias a su bifurcación, grandiosa para quienes crecimos con las historias de Pequeños Gigantes y Oki Doki, y para aquellos que se sentaron en el televisor noche a noche para conocer el universo de Calixto Salguero y sus cinco hijas, las Juanas; la televisión colombiana podrá gozar de memorias inolvidables en el presente y el futuro.

 

Gracias, María Antonieta Navia Rinck.

Gracias, Toni Navia.

Al final, la niña hizo su sueño realidad y se hizo piloto dentro de un set y detrás de las cámaras.

Sigan juntas.

La una necesita de la otra para dirigir y producir con maestría.

Ustedes son las mitades de una pequeña gigante.

La pequeña gigante que revolucionó este país a su manera.

Toni Navia fue homenajeada por su trayectoria y contribución al empoderamiento de las mujeres en el sector audiovisual del país, con el galardón Orquídea de los Andes del FICFUSA. 

FICFUSA 2023